miércoles, 30 de septiembre de 2009

EL APORTE DE CLORINDA MATTO A LA LUCHA SOCIAL

En el sesquicentenario de su nacimiento (2002)
(Artículo publicado el el diario El Comercio del Cusco)

Escribe Julio Antonio Gutiérrez Samanez
La señora Clorinda Matto de Turner, novelista, literata, autora de importantes obras como la trilogía conformada por “Aves sin nido” (1889), “Índole” y “Herencia”, no fue sólo una escritora interesada en darle prestancia estética a su pluma. Clorinda fue una luchadora social, una reformadora que se enfrentó con singular valentía a la reacción civilista, clerical y retardataria de su tiempo. Una época signada por la ignorancia, el abuso, la ignominia y la decadencia que significó la derrota militar, la ocupación chilena y el desmembramiento del país. Es realmente increíble que una mujer cultivada, sensible, una esteta, haya tenido que lidiar con tanta fiera. Contra leguleyos y traficantes que la despojaron de sus bienes, su casa y propiedades después del fallecimiento de su esposo el ciudadano inglés José Turner, cuya tumba todavía queda intacta en el abandonado cementerio de Tinta.
Mientras aguzaba su intelecto descifrando antiguos manuscritos y crónicas de gruesos infolios o “Kharachos”, probablemente del autor de los Anales, Don Pedro Esquivel y Navia u otras fuentes, en la soleada Tinta, fue testigo de los bárbaros abusos de que eran objetos los indígenas, por parte de esa “Trinidad embrutecedora del indio”, Gobernador, cura y juez de paz; a la que hay que agregar al gamonal serrano de horca y cuchillo y derecho a la pernada.
Su insurgencia indianista no fue casual ni puro estetismo, o imitación de las corrientes de época del transito del romanticismo al realismo, ni fruto de sus lectura de las novelas francesas de Daudet o Zola, creer eso sería una burla a la inteligencia. Fue el brutal desencuentro con la realidad lo que la obligó a denunciar públicamente, lanzar un grito de horror, ante tanto abuso. Bien sabemos que en aquella época se dieron sublevaciones campesinas, que terminaron en masacres y el gamonalismo acrecentó sus campos despojando de sus tierras a los ayllus campesinos, para la cría de ganado lanar que el propio Turner exportaba a su país; los enganchadores también hacían lo propio, haciendo pagos adelantados para, después, apoderarse de la lana acudiendo a mil artimañas abusivas. Aun, en pleno dominio colonial, el Ayllu o comunidad indígena gozaba de protección de la autoridad española, pero expulsadas esta, los indígenas quedaron a expensas de la codicia de los verdugos terratenientes.
Atendiendo a la extracción social terrateniente de la familia de Clorinda, tales injusticias pudieron, muy bien, haber sido acalladas y justificadas. Ella estaba ocupada en sus investigaciones históricas para componer sus tradiciones, pero no pudo soslayar esos hechos ni fue indolente, por que su formación cristiana, católica y su cultura exquisita, la empujaron a denunciar y tomar partido por los desvalidos, los parias: los indios. Cosa que ni los más conspicuos católicos ni los más fervorosos creyentes, ni mucho menos los ministros de la iglesia, se animaron hacer.
¿Qué espíritu cristiano no insurgiría de indignación al ver a los propios malos curas, cometer delitos de simonía. Coludidos en la corrupción con las autoridades civiles?
Clorinda fue terriblemente vilipendiada por sus ideas sociales y políticas, hasta por sus propios paisanos, es por ello un acierto la afirmación de Efraín Kristal, sobre la “eliminación sistemática de las contribuciones de las mujeres a la cultura nacional realizada por los intelectuales de fines de siglo (XIX)”
Ese odio no fue gratuito, tampoco era sólo misógino, es decir de carácter sexista, era el odio de la oligarquía terrateniente contra alguien que se le enfrentó y espetó en el rostro la cruel explotación que se hacía con el indígena. Fue también la envidia que despertó por su temprana consagración en una Lima que detestaba a los provincianos, pese a ser todo ello, tan evidente, aún un historiador cusqueño como Tamayo Herrera, en su Historia del Indigenismo continúa denigrándola, con comentarios puestos entre paréntesis como por ejemplo:
“…seguidora (mal imitadora) de Ricardo Palma.; (no olvidemos que es mujer joven la que escribe); (no olvidemos que es una mujer y por eso exagera sus sentimientos), etc.
Cuando sabemos que Clorinda fue anatemizada, ridiculizada y atacada por personajes como Juan de Arona, acérrimo pierolista y el “civilista” Ventura García Calderón, este último decía que una generosa polilla destruía las novelas flojas de Narciso Aréstegui y de Clorinda a quien trata, aún después de muerta, “de costurera literaria, genio de la vulgaridad, que remendaba en prosa doméstica, epistolar, novelas, hasta que la muerte cortó el carrete de hilo y detuvo la máquina”. La generosa polilla prefirió comerse la obra de ese señorito con nombre de mujer y dudosa virilidad, por que la obra de Clorinda se viene publicando en todo el mundo y es un clásico de la literatura hispanoamericana, como se demuestra por las sus ediciones en Londres, Nueva York y Buenos Aires.
El fervor patriótico de Clorinda la hizo defensora de un régimen que hacía agua, y que cayó finalmente en manos del civilismo pierolista. Como resultado atacaron su casa, y asaltaron su imprenta donde editaba sus periódicos de apoyo a Cáceres. Clorinda tuvo que huir del país dejando todo, pero, por ironía del destino, la salida significó su triunfo internacional, su reconocimiento como luchadora social, reformadora y representante de las letras de Hispanoamérica. Como ocurrió cuando en 1908 viajó por Europa, recibiendo cálidos recibimientos y conquistando la simpatía del mundo culto que reconocía su obra, su talento y excepcional valentía. Mientras en su patria se la repudiaba y condenaba al olvido.
Han tenido que ser investigadores extranjeros, una mujer, la portorriqueña, Concha Meléndez quien en 1934, la rescató del olvido en su obra “La Novela indianista en América”, publicada en Madrid. Ahora sabemos que fue Clorinda la que puso sobre el tapete de la discusión política, el problema de la explotación inmisericorde del indígena, y por lo tanto la fundadora del indigenismo político y literario en América Latina.

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